domingo, 1 de febrero de 2009

Transformismo: el baile de máscaras



El escritor no existe, es un invento. No existen los escritores Borges ni Nietzche ni Sarmiento. Sólo existen lectores. Algunos más atentos que otros.

El “escritor” es por definición una “entidad” disimulada. Dice que escribe; pero lee. Y esto no es por otra razón que porque la escritura es también una “cosa” encubierta. Y en eso reside su poder y su atracción.

Hay autores que asumen su carácter de disfrazados. Pero queda la duda de si no están en medio de otra de sus perfomances. En la introducción fallida, inútil, ya nombramos algunos. Todos son lectores fingiendo ser escritores. Ahora, lector, estás leyendo las palabras que fueron escritas por un lector velado. Ahora, lector, estas dando sentido a estas palabras, como lo hice yo cuando leí en el acto de escribir.

Para Borges, los lectores son más perversos que los escritores. “Mi Lucha”, de Adolf Hitler, para el caso que nos ocupa, es lo mismo que una oración escrita por la Madre Teresa de Calcuta. Los lectores son los perversos. Somos los perversos. Y todos somos lectores. Pero ya no mezclemos la pura gramática textual, el juego de las palabras, con las posibles aberraciones cometidas por los hombres, que nada tiene que ver con ello.

Enrique Symms dijo alguna vez (con Borroguhs) que los textos son virus, que lo peor que le pasó fue leer “Primavera negra”. Luego de aquella lectura nunca más fue el mismo. Porque en el acto de esa lectura escribió en realidad ese libro, pero a su manera. Y, ya lo dijo Borges, los lectores escribimos perversamente.

Los escritores - como en el acto de poner letras en un papel, el sentido- no existen. Sólo existen los lectores, por definición perversos. Pero muchos, sin embargo, brillantes.

La poesía está hecha de palabras. Algunos dirán que es el género que más se acerca a los sentimientos. Nada de eso. Es nada más que una de las tantas máscaras que se pone el lenguaje para travestirse. Aunque sea la forma más adecuada que asume el lenguaje, no deja de ser artificio. Y eso no es una crítica. En el baile de máscaras que a las doce de la noche dará paso a la muerte, al desenmascaramiento, la forma poética del lenguaje es la más agradable. Es la más mentirosa y por eso la más perdurable, la más encubierta, la máscara más bonita. Y si detrás está la muerte, que la fachada sea agradable.

Todo el lenguaje debería ser tratado como poesía. Todo texto. De esa manera sabremos que es sólo invención, artificio. Y todos asumiríamos el travestismo del lenguaje. Y no es un panfleto a favor del romanticismo: que también lo corrupto, lo pútrido, tienen su belleza. Hablamos de textos, símbolos, que no lastiman a las personas, que lo que lo hace nada tiene que ver con el lenguaje, que es nada. No es lo mismo un texto que dice “el puñal entró dibujando la estela de la muerte” que efectivamente una persona entierre un cuchillo en el vientre de otra. En lo primero puede haber poesía; en lo segundo, seguro que no.

Ya que hablamos de poesía, aquí va una poesía antifaz de un autor argentino llamado Carlos Girondi. Fíjense que bonita, está llena de palabras.

Máscaras

Mascaritas

Mascarones

Más caretas

Uff. Más caras.

Mass media, masivo

Masa, masa fina masa seca

Oh masificado, más defecado. Menos

Más impune, más libre, más falso. Demasiado

Más comercio, más negocio, más mercado, más mercaderes.

Más torpeza, más tristeza. Más se apura más tropieza Más se esfuerza más fracasa.

MMMMMMMMMMMMMMMÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS

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