miércoles, 4 de febrero de 2009

Causalidades

Raro es a veces como se dan las cosas. Una música compuesta en un lugar , un dibujo en otro, un cuento en otro más allá. Raro pero lindo. Algo así como una comunión.




Blanco y amarillo- Por Gertdelpozo





Agallas- por Palabricidio

Sale a hacerse matar y lo matan. 3 balazos; uno certero y central terminan la historia.

Un bar. Mediodía con aire pesado. Demasiado temprano para tanto calor. Restos de pan en las grietas de una mesa como ríos que corren. Un reloj con agujas trémulas pero fatales; y una espera y otra espera. El llamado de un teléfono o el blanco y amarillo de una remera como la de antes. Como la de hace un año.

Hay moscas en el bar. Se suicidan en ventiladores de pie; artefactos carnívoros que devoran. Las sienes son lechos por los que corre el miedo y el teléfono no suena. El metal es frío dentro del bolsillo. La mano, como garra, cuida.

Cuando ella entra, él siente cascabeles sonar y al instante martillos detrás de sus oídos. Resuelta se sienta a una mesa y pide café. Enciende un cigarrillo, echa el humo. Dibuja figuras intocables. De blanco y amarillo y de boca roja como hace 365 días. Tan poco; tanto.

Sólo 5 metros separan las mesas. Cinco pasos. Y a la puerta; otros cinco. Baldosas de blanco y negro en un ajedrez de la vida. Un otro café se enfría en la taza de él. Lo toma, amargo como el momento. El mediodía y el calor. Y el auto en la puerta y el metal en el bolsillo. Y ella tan blanca y tan amarilla. Sopla el humo con la gracia de siempre y lo extiende en el lugar como si fuera un incienso que hechiza

Sonará el teléfono y pedirán por él. Meses de preparación. Debería tener coraje para ese minuto. Ella lo mira como hace un año y él no se mueve. Golpea sus dedos en la mesa de madera; de grietas que acopian migas de pan y gotas de vino a través de los tiempos. Gotas de vino rojo que riega. Gotas de vino afluentes en tierras extrañas. El color ocre y el púrpura como un mapa de tiempos antiguos.

El teléfono suena y piden por él. Y ella lo llama con sus ojos. Hay súplica contenida en ellos. 5 metros lo separan del aparato. 5 pasos, los mismos que separan las mesas. Y el se levanta y acaricia el metal. Decide. Toma el teléfono, habla. Dice que si; dice que no. Consulta la hora. Siente vacío en el estómago. Y mira; y ve. Todo blanco y amarillo. Camina los cinco pasos y los otros cinco hacia la puerta. Se miran y los dos saben que todo será un error. El deja una disculpa secreta que por alguna misteriosa razón ella entiende. Abre la puerta del bar, mira lo que nunca será y sale a hacerse matar.

3 balazos; uno certero y central. La sangre corre como en grietas de mesa de bar, rápida y espesa cual vino derramado por manos que tiemblan. El suelo se siente casi bien, húmedo y tibio en la espalda. El calor se hace intenso. Una puntada recorre el cuerpo. Una sonrisa apareció en su rostro, infame y fuera de lugar. Un sol de mediodía cae con la fuerza que sólo tiene en verano. Le hace brillar los ojos. Ojos como de vidrio.

Se reprochó no haber cumplido su palabra. Haber callado lo suficiente como para que todo terminase así. Haber hablado de más como para que todo terminase así. Había salido a hacerse matar. Había sido cobarde. Lo último que vio fue el cielo. Un cielo diáfano, brillante y claro. Un cielo blanco. Un cielo amarillo. Un cielo blanco y amarillo.

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