domingo, 1 de febrero de 2009

El escritor travesti


Las palabras son un juego de muñecas rusas que nunca tiene fin. Ni siquiera podemos encontrar la última muñeca. Lo que es peor, tampoco tiene principio. Es un círculo que nunca es igual. Es el río que nunca tocarás dos veces.

¿ Querés que te cuente el cuento de la buena pipa?, podrían decirnos. Y luego relatarían: “El lenguaje es...” Y así, si lo contarán en la eternidad, nunca tendríamos oportunidad de juzgar bueno o malo el final. Porque el lenguaje es circular. Un círculo sin principio ni fin. Pero tampoco esto es seguro. Porque no podemos decir que algo es un círculo si no lo vemos.

Hagamos un ejercicio. Vaya a su biblioteca, escoja algún diccionario y ábralo en cualquiera de sus páginas. Al azar, marque con su dedo índice alguna palabra. Luego, lea la primera entrada. Seguramente, habrá dentro de la definición alguna palabra que le llame la atención. Busque esa otra palabra en el mismo diccionario. Lea la primera entrada y después vuelva a buscar la palabra que lo haya seducido. Y siga así. Mientras, seguiré escribiendo. Avíseme cuando se le termine el diccionario. Si es porfiado y quiere encontrar el final del lenguaje; tome otros diccionarios, mejor si son enciclopédicos. Cuando se haya cansado, pase por aquí. En este lugar está la solución del dilema.

El lenguaje es juego de máscaras más máscaras más máscaras. La palabra máscara es otro mascarón. Nada hay detrás. Es un buen juego buscar lo que esconden. Pero si se leen bien las reglas se sabe que detrás sólo hay vacío.

El escritor juega a que las palabras sirven para expresan lo que siente. Pero sabe que no será así. Además, el escritor no existe. Sólo es un lector que se enmascara. El escritor es travesti.

Se viste de palabras para decir lo que lee. Canutillos y lentejuelas de vocales y consonantes que son fachada de la nada. El escritor es un travesti porque usa palabras. Que también son travestis. El lenguaje es travesti y trasviste. Esa es su característica constitutiva. La de cartón pintado delante de la nada.

Por eso, el escritor no existe. O en todo caso es un lector travestido. Reversible. Insoluble. Circular. Sin principio ni fin. Igual que el lenguaje. Y eso porque el usa el lenguaje como materia prima para sus ilusiones. El lenguaje es un círculo vicioso.

El escritor muchas veces no cae en la cuenta de que es un lector travesti. Y se olvida. Olvida a los lectores. Y a sí mismo. Otros, los más valiosos, asumen su travestismo. Juegan con él. Saben que sus palabras son nada, como todas las palabras. Las mezclan, las doblan, quitan el almidón que las endurece. Les dan vida; como el Dr. Frankenstein.

Algo travesti, con Baudrillard, es el colmo de lo simbólico. El símbolo es algo vacío que se llena de otras cosas vacías: más símbolos. El simbolismo se creó con símbolos; al igual que el realismo al que atacaba.

Los escritores que se reconocen travestis saben que el lenguaje es algo a lo que el oxígeno le falta. Los escritores travestis son un polo. En el otro están los que se empeñan en decir que perro sólo es algo que tiene cuatro patas y ladra. O alguien que es malvado. O dos cosas más. Dejan que el lenguaje se quede sin aire. Y cada vez se petrifique más en la cultura, en la costumbre y en los pasillos del museo. Los escritores que no dan aire al lenguaje se ahogan. También están muertos. Son los escritores cianóticos.

Pero basta de explicaciones. Que a cada palabra el color azul asciende hasta los labios y la muerte acecha a cada párrafo

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