domingo, 1 de febrero de 2009

El escritor idiota


Hay que ser realmente idiota decía Cortázar. Muchos repetirán esas palabras pero son eso. Nada más que palabras. Puede este lector ser un idiota, pero la belleza de las palabras reside en su carácter de invención, en nada más. Y también su peligrosidad. Para quien no se da cuenta de que son artificio y las toma al pie de la letra. Y hace desastres.

Para el caso, es lo mismo un poema de Rimbaud o las instrucciones para disparar un misil que matará miles de personas. El texto es neutro. Los lectores somos el agente que piensa que hay un germen en las palabras .Y tanto lo creemos que el germen toma forma y se activa. Y detrás de esa fachada comenzamos a ver cosas que no están.

La obra de Nietzche es un gran ejemplo. Muchos lo han tomado literalmente y sus mentes perversas inventaron el significado de sus libros y lo relacionaron con el fascismo y con Hitler. Nada más perverso por los efectos que trajo. No decimos “nada más equivocado” porque no hay nada acertado. Lo que sí hay son diferentes niveles de invención más o menos nocivos.

No tiene culpa un párrafo que dice que no hay nada detrás de las palabras, que todo es la nada, de que alguien lo tome en serio y se suicide seducido por otro invento: la filosofía nihilista. Una opción menos nociva podría ser asumir que “tras cartón está la muerte” y resistirse, inventar cosas para pasarla mejor.

Algunos dirán que hay que ser realmente idiota para pensar que las palabras no son nada. Sobre todo si esto se dice con palabras. No hay otra forma. Estamos en un hospicio y el saco de fuerza no nos deja comunicarnos de otra forma. No hay forma de salir del asilo de las palabras. La orfandad de sentimiento puro que implica la muerte de lo sensorio puro impide la fuga del orfanato de los diccionarios, las enciclopedias y de lo textual.

Estas mismas palabras se enfrascan herméticamente en la llanura de las palabras. Aunque a veces parezca que nos movemos en algún cerro. Ahí, el frasco en el que se encierra el sentimiento alberga palabras como caramelos: la poesía. De otra manera, sólo se llena de la hiel de los textos eruditos o pretenciosos de “seriedad”.

La palabra es bruta por naturaleza. Penetra profundo en el alma y la mella. Posible es pulirla para que brille sólo un poco.

Querido perverso lector, está bien que piense que el lector enmascarado que hace que esto escribe (pero en realidad lee) es un idiota. Está en su derecho. Como lector perverso que es. Invente.


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