Claro lo tenía Borges cuando tituló a algunos de sus libros: Artificios, Historia universal de la infamia (volumen casi mínimo que nos demuestra lo paradójico del título) Ficciones. Pero el ejemplo supremo es el cuento Tlon Uqbar Orbis Tertius. Un recuento de varios inventos filosóficos que han sido creados a lo largo de la historia.
Muchos buscan en los cuentos de Jorge Luis Borges la famosa erudición que se publicitó siempre. Pero en realidad se puede decir que es uno de los más fabulosos inventores y mentirosos que existieron. Estafador y embustero de los mejores. Como todo escritor travesti.
Erijo a Borges como uno de los escritores más travestis que leyeron alguna página. Una, dos, tres, mil veces travesti. Reversible, en el sentido (totalmente inventado) que utiliza Baudrillard. Poseído por lo simbólico de las palabras. Ambiguo, inabarcable. Uno que estuvo cerca de escaparse del hospicio. Pero nadie se escapa. A menos que hable por medio de otra cosa, y por supuesto, que nadie lo entienda.
No sólo se traviste en escritor, sino también con formas de otros Borges. Más jóvenes o más viejos. Y se traviste dentro de otros “escritores” conocidos. Y en el paroxismo del transformismo, dentro de otros “escritores” totalmente inventados. Borges se confunde con Cervantes y Nietzche; con Chesterton y Conan Doyle; con los anónimos de las mil y una noches y con el moro imaginario que alguna vez contó una gran historia.
Borges maravilla urdiendo un paisaje mágico, trágico, irónico: poético. Y eso con palabras. Pero el pastiche que utiliza en sus páginas lejos está de volver cianóticas las palabras. Es un intento por salir del saco de fuerza del que igualmente no pudo fugarse.
Borges fue uno de los escritores más travestis que existieron. Y por eso, una de los más virtuosos. “Es valioso como escultor de las palabras, como creador de juegos mentales por puro ocio y divertimento, prestidigitador fabuloso, ilusionista de la palabra.”, dirá algún ensayista.1
Claro que no es él único. Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal, Cortázar, y varios más- al menos para nombrar argentinos- supieron utilizar las palabras muertas para crear algo vívido y sacar de la piedra “la línea que conmueve”.
Citas, párrafos, supuestos cuentos venidos desde la antípoda totalmente inventados, meros artificios. Patética muestra de que todo es “falso” en los textos. De que todo es falso en las palabras. De que todo es falso en el lenguaje.
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