sábado, 7 de febrero de 2009

Balsero


El calor arreciaba en la costa mientras alineaba las tablas. Los días estaban siendo cada vez más calientes en aquel verano caribeño. Los tiburones se habían cobrado varias vidas. Todavía faltaba mes y medio para la llegada del otoño; aunque la temperatura nunca bajaba.

Las gotas de sudor rodaban por su frente. Su piel bronceada reflejaba rayos de sol como si fuera un hombre de metal. Era atlético. Eso quizá fuera algo a su favor. En los próximos días su resistencia sería puesta a prueba. Su metro ochenta de altura, su torso musculoso, sus brazos y muslos torneados servirían de ayuda.

Las tablas se acomodaban formando una superficie de dos metros por dos metros. Con fina paciencia había cortado las palmeras que se convertirían en su vehículo, es su instrumento para alcanzar lo que tanto deseaba. Los días eran duros por esos lugares. Difícil seguir soportando.

El sol daba de pleno y le parecía como si cada rayo cayera en su cabeza y sólo en su cabeza. Sus manos nudosas trabajaban con nerviosa rapidez pero a la vez con precisión. Todas las tablas estaban es su lugar. Ya dejaría lo que tanto lo oprimía y asfixiaba hasta casi sacarle la última gota; esa que iba a preservar adentrándose en el mar.

Lo tenía bien planeado. Las sogas las había conseguido en un remanente del puerto gracias a uno de los pocos amigos que tenía. Luego del viaje no tendría que hacer lo que no quería. No tendría que callar su boca. No tendría que quebrar su voluntad. El martes partiría desde la playa en la que ahora estaba alineando tablas de palmera. Faltaban 3 días. Sólo se despediría de algunos pocos. No era fácil hacer amigos en ese lugar. La cuestión del idioma no le preocupaba. Siempre podría aprender. En cuanto llegara a las playas blancas, dejaría la embarcación y correría con todas sus fuerzas para esconderse donde pudiera. Luego se presentaría en la dirección que le habían dado, buscaría trabajo: comenzaría una nueva vida.

Desde que se le ocurrió la idea no cesó de trabajar para realizarla, había diagramado en su cabeza cada paso de su ida- travesía- llegada. Prepararía la embarcación. Sería de 4 metros cuadrados con una vela formada con el velamen roto de otras naves. Cosería los retazos que estuvieran buenos y aguantaran el viento. Llevaría unos remos encontrados en la playa; la misma de la que partiría. Una playa perdida a la que no concurría mucha gente. Aprovecharía la mañana para una furtiva llegada al mar. Llevaría suficiente agua y comida para sobrevivir durante la navegación. Un sombrero de paja para cubrirse. Tendría que mojar su cabeza con frecuencia para aguantar el calor. Podía darse el lujo de llevar anteojos para sol.

El hombre que ahora terminaba de armar su balsa no dejaba de pensar en su partida. A pocas horas de su salida ya no vería la costa. Luego vendrían la larga espera hasta divisar la costa de enfrente, el primer vestigio de tierra, y luego alguna construcción del puerto, y más cerca el malecón y los faroles; el faro y las luces y llegando a la playa escucharía la música de salsa y rumba y de voces alumbradas por el ron y se sentiría libre.

2 comentarios:

  1. Jajajaj!!! Puede ser cosme. Es posible. Todos es posible con las palabras.Eso es lo copado y ya lo sabés. Gracias por pasar. Abrazo.

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Aquí es donde usted mata palabras viejas